Protagonista del drama Casa de muñecas, del poeta noruego Henrik Ibsen (1828-1906), Nora es deliciosamente femenina, de los pies a la cabeza, pero tiene un secreto que es su alegría y su orgullo; ha salvado la vida de su marido.
La manera como se procuró el dinero para ello tal vez
pueda parecer indelicada, pero ¿puede considerarse indelicado salvar la vida
del marido?
El procurador Krogstad le hace ver la culpabilidad de su
acto respecto a las leyes. Ella, impasible, contesta: «Lo hice por amor». Más aún:
cuando Krogstad, dando por descontado el efecto de su chantaje, predice que «quien
dirigirá la banca será N. Krogstad y no Torvald Helmer», ella no vacila en
desafiarle: «Eso no será jamás»; en efecto, ahora, se siente capaz de
desaparecer y de morir, ella que tanto ama la vida y la felicidad, para salvar
el porvenir de Torvald.
El amor que no conoce obstáculo ni límites, y que triunfa
precisamente cuando acepta sin dificultad la muerte, pasión grande y sola,
ideal que trasciende toda consideración y todo respeto humano, convierte en
heroína a esa mujer que de otro modo sería vulgar, simple «muñeca» mimada y
querida.
Y como ella no conoce límites al amor, tampoco puede
admitir mezquindad en su amado; cuando la ruina la amenaza, espera segura el «milagro»,
es decir, una intervención extraordinaria, un acto fuera de todo cálculo, algo
grande y generoso. «He estado aguardando pacientemente —declara a Helmer—
durante ocho años; porque, Dios mío, ya comprendo que los milagros no suceden
todos los días. Pero luego se abatió sobre mí ese golpe, y entonces tuve la
firme seguridad de que el milagro llegaría. Cuando la carta de Krogstad estuvo
ahí, ni por un momento pensé que pudieras someterte a las condiciones de ese
individuo. Tenía la absoluta seguridad de que le dirías: «Ya puedes publicar lo
que quieras». Y, después de ello, estaba segurísima de que te adelantarías y,
asumiendo todas las responsabilidades, dirías: «Yo soy el culpable...». ¿Crees
acaso que hubiera aceptado tal sacrificio de tu parte? Claro está que no... He
aquí el milagro que yo esperaba con terror. Y para impedirlo, quería poner fin
a mis días».
La tragedia de Nora se encierra aquí: en esta larga
espera del «milagro», que luego resulta miserablemente frustrada; en esta gran
llama de amor generoso que, en lugar de encender generosidad y amor para arder
más alta, es apagada de golpe por el egoísmo, la ruindad y la tacañería.
Nora es de la familia de Brand: «O todo o nada»; y así, tras
los rasgos comunes de mujercita agradable, frágil y mimada, surge la mujer de
gran corazón que, en su «ímpetu hacia lo extraordinario y lo sublime» (Croce),
se hermana, anunciándolas, con Rebeca West, con Ellida, con Edda Gabler o con
Rita. (Son otros personajes de Ibsen)
V. Santoli
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(Texto
copiado del Diccionario Literario [Tomo XI], de González Porto-Bompiani).
Impecable, Licenciado, no podría ser de otra manera si "sale" de su "pluma". Razonamiento súper coherente, ágil, compartido.
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