Es el personaje más sinceramente poético de Fausto, de J. W. Goethe (1749-1832).
Dulces y dolorosas experiencias
sobre el amor (la Gretchen de Francfort, Friederike Brion y Charlotte Buff), y,
singularmente, la viva impresión que produjo al poeta la ejecución capital por
infanticidio (en Francfort, el 14 de enero de 1772) de una pobre muchacha
seducida y abandonada, Susana Margarethe Brand, le proporcionaron materia y ocasión
propicias para la creación del personaje de Margarita.
Con todo, el drama de la infanticida
fue combinado ya desde el principio con la historia de Fausto, que Goethe
llevaba ya en la mente, aun cuando nada hubiera escrito todavía acerca e ella;
Margarita había amado a Fausto, y había sido amada por éste. Con ello, la acción
quedaba elevada súbitamente por encima de la actualidad, la crónica y la confesión.
Margarita era una figura ideal en la
que las experiencias afectivas del poeta se habían mudado en nueva sangre y
carne.
Libre de todo vínculo directo con la
experiencia transcurrida y de adherencias narrativas o ilustrativas, se hallaba
pronta a obedecer a una ley propia de verosimilitud y necesidad.
La representación más antigua de
Margarita es, con toda probabilidad, la escena de la cárcel, que en el Fausto estaba escrita en una prosa
propia del «Sturm und Drang» e inspirada en la shakespeareana del drama de Ofelia,
de Hamlet.
Entre esta figura y Margarita hay,
en efecto, evidentes semejanzas de situación.
Por haber alcanzado esta última el
fondo del dolor y de la desgracia, ha perdido el equilibrio interno y delira
por el camino de la locura.
Ello deforma violentamente el
presente y el pasado, modificación en la que se entrelazan con la misma e
intensa vivacidad y coherencia las imaginaciones del porvenir.
La acción queda resuelta en el carácter,
y todo queda sumergido en una luz sobrenatural e inquietante que fluye del
interior y disuelve los objetos que ilumina.
Muy distinta de ésta es la Margarita
de los coloquios con Fausto. En este caso, se trata de una hermana de Carlota (La cuitas del joven Werther), llena de
ingenuidad y nobleza, y con una delicada intimidad formada en el pietismo.
Y, luego, viene la Margarita de la
plegaria a la Dolorosa y de la intensa escena de la catedral. En ambos episodios
aquélla no es ya la muchacha del pueblo, laboriosa, maternal, ingenua y gentil,
descrita, según parece y se ha dicho, como típico ejemplar de la «joven alemana»;
sin embargo, se ha despojado de cualquier rasgo accidental y característico para
alcanzar, mediante una extrema simplificación y con gran coherencia, una
grandeza sublime.
La salvación de Margarita se
desprende claramente de la definitiva redacción de la escena de la cárcel y
así, en el episodio final de la segunda parte del Fausto que rodean como una corona y ruegan a la Mater Gloriosa.
Los primeros versos que Margarita
dirige a ésta son una variante de los de la plegaria a la Dolorosa; en los
últimos, su pensamiento, que es de amor, se dirige hacia Fausto, quien ahora
regresa junto a ella.
Si bien Margarita ruega a la Virgen
que le permita instruirle, «ésta, con pleno conocimiento de la situación y del
giro que habrán de tomar las cosas», responde, con resignada condescendencia: «Ven:
elévate a esferas más altas. Si advierte tu presencia, te seguirá».
La Margarita trágica se ha
convertido aquí en una figura decorativa y simbólica.
V. Santoli
●●●
(Texto
copiado del Diccionario Literario [Tomo XI], de González Porto-Bompiani).
No hay comentarios:
Publicar un comentario