Personaje central de la novela de
este título, del escritor venezolano Rómulo Gallegos (1884–1969).
Aparece ante el lector como símbolo —incluso hasta en el
nombre— de un mundo violento, atrasado, lleno de maldad y superstición, resto
de antiguas instituciones feudales; frente a ella se levanta la figura de
Santos Luzardo, la civilización, la «luz»; en el conflicto entre estos dos
personajes, y entre los mundos distintos que simbolizan, reside el núcleo
central de la obra.
Pero doña Bárbara no es sólo la imagen representativa del
dueño de los llanos. Su patética figura resulta mucho más compleja; recoge el espíritu
de la sabana y al mismo tiempo es la mujer primitiva, movida por un solo deseo:
el ansia de dominio, dominio de los campos y de los hombres, que en ella viene
a ser lo mismo.
Llamada por los llaneros «la devoradora de hombres», era
una mestiza «fruto engendrado por la violencia del blanco aventurero en la
sombría sensualidad de la india, su origen se perdía en el dramático misterio
de las tierras vírgenes»; y de ahí, de la mezcla de sangres y de la tierra
donde se pierde su origen, nacen los rasgos que la caracterizan: violencia,
complejidad, contradicción, fatalismo, predominio del instinto.
El deseo de poder, de fuerza, que mueve todas sus acciones
proviene del ansia de venganza y del resentimiento total contra el varón, que
arranca del trágico recuerdo de su desfloración en la piragua donde ella hacía
de cocinera.
Allí vivió el único sentimiento puro que albergó su
corazón: el amor de Asdrúbal, asesinado el mismo día en que eran violados sus
quince años. A partir de entonces «ya sólo rencores podía abrigar en su pecho y
nada le complacía tanto como el espectáculo del varón debatiéndose ante las
garras de las fuerzas destructoras».
Una de sus primeras víctimas será el rico latifundista
Lorenzo Barquero, del que tiene una hija que no quiere ni ver porque «un hijo
de sus entrañas, era para ella una victoria del macho, una nueva violencia
sufrida».
Su sensualidad pronto desaparece ante la fuerza
arrolladora de una nueva pasión: la codicia.
En el momento que ha alcanzado la cumbre de su poder
ocurre el encuentro con Santos Luzardo que renueva en su interior, a través de
una detallada evolución psicológica, la ternura de su primer amor; y será ese
recuerdo, al ver en su propia hija escuchando las palabras de Luzardo a ella
ante Asdrúbal, lo que la moverá a abandonar aquella tierra tal como llegó,
misteriosa, envuelta en la leyenda, atraída por las palabras oídas al río: «las
cosas vuelven al lugar de donde salieron».
S. Basen
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(Texto
copiado del Diccionario Literario [Tomo XI], de González Porto-Bompiani).