domingo, 4 de enero de 2015

Carlota (en Las cuitas del joven Werther)



Personaje de Las cuitas del joven Werther de Johann Wolfgang Goethe (1749-1832), únicamente hacia el final parece acabar de diseñarse su figura.

Junto a Werther, ora todo pasión, ora presa de profundo abatimiento y del infinito sufrimiento universal, Carlota prodiga su alegre buen sentido.

Bella e inteligente, difunde a su alrededor la alegría de vivir que reside en su carácter, en su juventud y en la vida campestre que recuerda los idilios de Arcadia.

La muerte prematura de su madre amplía su responsabilidad de hermana mayor en una familia numerosa, pero no consigue alterar su serenidad ni abrumarla bajo el peso de menesteres vulgares.

La gratitud paterna, el reconocimiento de sus familiares y el afecto sincero de Alberto alegran su existencia ordenada y tranquila.

Su carácter y condición aparecen maravillosamente esbozados en la escena en que Werther la contempla cuando, entre los suyos, antes de irse al baile, reparte el pan a los pequeños con tanta gracia en el gesto como en la intención.

Lo que, acaso ya desde el principio, da origen a un cierto sentimiento de temor es su un tanto exagerada irreflexión, tras la que se esconde una gran sensibilidad.

Y aun cuando Carlota se defienda contra el sentimentalismo de las novelas de la época, es vencida súbitamente por la fuerza de la verdadera poesía de la oda klopstockiana y la destructiva simplicidad del amor de Werther.

Si bien al principio había creído poder disfrutar serenamente del doble afecto del amigo y del esposo, muy pronto comprende la imposibilidad de la amistad y la atracción irresistible hacia el hombre genial y desgraciado, por lo cual se ve obligada a tomar una decisión y alejar a éste de sí.

Pero en esta renuncia le aparece revelada claramente la profundidad de sus sentimientos, y cuando Werther, ya determinado al suicidio, busca a Carlota en el preciso momento en que ésta lo anhela con toda la fuerza de su corazón, la lectura de Ossián, la visión de los héroes que, deplorando la vida, conversan en el nebuloso reino de las sombras, y, finalmente, el presagio de la muerte del amado, acaban por vencer toda resistencia y ambos se estrechan en un fatal abrazo.

Con tristeza y turbación, Carlota se separa de Werther para no volver jamás a verlo.

Temblorosa y taciturna, entregará las pistolas de Alberto al enviado del infeliz con el trágico presentimiento de la catástrofe.

Y, partícipe del íntimo pesar de una época, cuando la noticia del fin de Werther la empuje al umbral de la muerte, alcanzará la grandeza y la triste humanidad del protagonista inmortal.

M. Benedikter
 

(Texto copiado del Diccionario Literario [Tomo XI], de González Porto-Bompiani).


sábado, 3 de enero de 2015

Ofelia (en Hamlet)



Personaje de Hamlet, tragedia de William Shakespeare (1564-1616).

En el relato de Saxo Gramático, el usurpador Feng (a quien corresponde el Claudio shakesperiano) somete a Hamlet a varias pruebas para asegurarse de que su locura es fingida.

Entre otras, le tiende una trampa por medio de una muchacha que fue su hermana de leche; pero Hamlet descubre el ardid.

En Belleforest, asimismo, el personaje que corresponde a la Ofelia de Shakespeare sirve de reclamo.

El nombre de Ofelia se halla entre los de los pastores de la Arcadia, de Sannazaro, de donde probablemente lo tomó Shakespeare.

La Ofelia del Hamlet es toda sencillez e inocencia y como tal la ama Hamlet antes del repentino cambio que algunos pretenden atribuir a náusea sexual provocada por la conducta de su madre, pero que probablemente se debe a algunas palabras de Polonio, que el príncipe ha oído a medias.

El carácter sumiso, y más bien esfumado, de la Ofelia shakesperiana, adquiere interés capital en cuanto la muchacha, herida por la desventura, pierde la razón: entonces salen a la superficie los turbios pensamientos que ocupan lo más secreto del alma de la doncella, y ésta entona desenfrenadas canciones y sueña con estupros (acto IV, escena 5).

Finalmente, su muerte, entre las flores del lago, da pie a una descripción que rodea su figura de un suave hechizo. Así, con rasgos ora de atrevido realismo, ora de la más etérea poesía, Shakespeare crea un personaje único e inolvidable.

La figura de Ofelia ahogada entre las flores inspiró uno de los más célebres cuadros del pintor prerafaelista John Everett Millais (1829-1896), que retrató en ella a mis Lizzie Siddal, futura esposa de Dante-Gabriele Rosseti.

M. Praz


(Texto copiado del Diccionario Literario [Tomo XI], de González Porto-Bompiani – 178.jpg).

Margarita (en Fausto, de Goethe)



Es el personaje más sinceramente poético de Fausto, de J. W. Goethe (1749-1832).

Dulces y dolorosas experiencias sobre el amor (la Gretchen de Francfort, Friederike Brion y Charlotte Buff), y, singularmente, la viva impresión que produjo al poeta la ejecución capital por infanticidio (en Francfort, el 14 de enero de 1772) de una pobre muchacha seducida y abandonada, Susana Margarethe Brand, le proporcionaron materia y ocasión propicias para la creación del personaje de Margarita.

Con todo, el drama de la infanticida fue combinado ya desde el principio con la historia de Fausto, que Goethe llevaba ya en la mente, aun cuando nada hubiera escrito todavía acerca e ella; Margarita había amado a Fausto, y había sido amada por éste. Con ello, la acción quedaba elevada súbitamente por encima de la actualidad, la crónica y la confesión.

Margarita era una figura ideal en la que las experiencias afectivas del poeta se habían mudado en nueva sangre y carne.

Libre de todo vínculo directo con la experiencia transcurrida y de adherencias narrativas o ilustrativas, se hallaba pronta a obedecer a una ley propia de verosimilitud y necesidad.

La representación más antigua de Margarita es, con toda probabilidad, la escena de la cárcel, que en el Fausto estaba escrita en una prosa propia del «Sturm und Drang» e inspirada en la shakespeareana del drama de Ofelia, de Hamlet.

Entre esta figura y Margarita hay, en efecto, evidentes semejanzas de situación.

Por haber alcanzado esta última el fondo del dolor y de la desgracia, ha perdido el equilibrio interno y delira por el camino de la locura.

Ello deforma violentamente el presente y el pasado, modificación en la que se entrelazan con la misma e intensa vivacidad y coherencia las imaginaciones del porvenir.

La acción queda resuelta en el carácter, y todo queda sumergido en una luz sobrenatural e inquietante que fluye del interior y disuelve los objetos que ilumina.

Muy distinta de ésta es la Margarita de los coloquios con Fausto. En este caso, se trata de una hermana de Carlota (La cuitas del joven Werther), llena de ingenuidad y nobleza, y con una delicada intimidad formada en el pietismo.

Y, luego, viene la Margarita de la plegaria a la Dolorosa y de la intensa escena de la catedral. En ambos episodios aquélla no es ya la muchacha del pueblo, laboriosa, maternal, ingenua y gentil, descrita, según parece y se ha dicho, como típico ejemplar de la «joven alemana»; sin embargo, se ha despojado de cualquier rasgo accidental y característico para alcanzar, mediante una extrema simplificación y con gran coherencia, una grandeza sublime.

La salvación de Margarita se desprende claramente de la definitiva redacción de la escena de la cárcel y así, en el episodio final de la segunda parte del Fausto que rodean como una corona y ruegan a la Mater Gloriosa.

Los primeros versos que Margarita dirige a ésta son una variante de los de la plegaria a la Dolorosa; en los últimos, su pensamiento, que es de amor, se dirige hacia Fausto, quien ahora regresa junto a ella.

Si bien Margarita ruega a la Virgen que le permita instruirle, «ésta, con pleno conocimiento de la situación y del giro que habrán de tomar las cosas», responde, con resignada condescendencia: «Ven: elévate a esferas más altas. Si advierte tu presencia, te seguirá».

La Margarita trágica se ha convertido aquí en una figura decorativa y simbólica.

V. Santoli



(Texto copiado del Diccionario Literario [Tomo XI], de González Porto-Bompiani).

Clarissa Harlowe



Heroína de una novela de Samuel Richardson (1689-1761), Clarisa, y de varias obras teatrales inspiradas en ella.

Aunque hoy esté casi olvidada, Clarissa, muchacha virtuosísima, perseguida y traicionada por sus padres, por los hombres y por el destino, tiene en la historia de la literatura una importancia singular, ya que con ella se inaugura una galería de jovencitas sencillas y perseguidas, entre las cuales figurará, por ejemplo, la Justine de Sade (Justina o Las desventuras de la virtud), y tantas otras heroínas de novelas «negras».

Clarissa se nos muestra en situaciones patéticas, en una casa de mala nota, encarcelada por deudas y finalmente en su lecho de muerte dictando sus últimas voluntades, perdonando a todos e incluso disponiendo los emblemas que habrán de figurar en el ataúd que manda llevar a su cuarto para utilizarlo de momento como escritorio.

Así languidece, se macera y se apaga en el dolor. Clarissa Harlowe, en la flor de su juventud y de su belleza, «la cual, si se considera su tierna edad (19 años), no ha dejado tras de sí a ninguna otra que la supere en amplitud de cultura ni en vigilante prudencia, y apenas una que la iguale por su inmaculada virtud, su piedad ejemplar, la suavidad de sus maneras, su discreta generosidad, y su verdadera caridad cristiana».

La virtud es perseguida en este mundo, pero triunfará en el cielo, y Lovelace (Roberto Lovelace), que la ha seducido, sueña en poder ver la angélica figura de Clarissa, toda vestida de blanco, subiendo entre coros de ángeles hasta las regiones de los serafines, mientras el suelo se hunde bajo los pies del seductor, que se precipita en el abismo sin fondo; aproximadamente lo mismo que acontecerá con la más célebre de las jóvenes perseguidas, la Margarita del Fausto.

Con Clarissa empieza la procesión de tantas y tantos mártires de la virtud nacidos, entre las páginas de una novela, para el sacrificio, y victoriosos, como los mártires antiguos, en medio de su derrota.

Pero aquella por la cual se inmolan es una virtud pálida, abstracta, hecha de imágenes pero no de intuiciones, de sentimientos, pero no de éxtasis.

Una virtud que vive en el espectáculo del sentimiento más que del sentimiento mismo, y que no tiene por verdadero objeto salvar a nadie, sino hacer llorar.

Por ella, ante la inocente Clarissa perseguida por los intereses familiares, violada por un canalla, rechazada por la sociedad y que abandona sus desdichas juntamente con la vida, hoy sonreímos, aunque sin burlarnos de ella, ya que como personaje hizo todo cuanto pudo, y sólo hombres de carne y hueso hubieran podido hacer, a la vez, mucho menos y algo más.

U. Déttore



(Texto copiado del Diccionario Literario [Tomo XI], de González Porto-Bompiani – 178.jpg).


Fantine (Los miserables)



Víctor Hugo (1802-1885) le dedica una de las cinco partes en que se dividen Los miserables.

Se trata de la muchacha seducida casi en broma por un estudiante, y, casi en broma también, abandonada al drama de la maternidad.

Desde aquel momento, Fantine vive sólo para la hijita nacida de aquella desgraciada aventura, y, para mantenerla, se prostituye; obligada a confiarla a una sospechosa pareja, vende sus bellísimos dientes a un dentista para enviar a ésta el dinero necesario para curar a la niña de una enfermedad inventada por aquellos bribones, y, finalmente, muere, redimiendo su vida de abyección con la secreta luz de su amor de madre y el único consuelo de poder confiar, al morir, la pequeña Cosette a los cuidados del buen Jean Valjean.

Aun cuando la tradición romántica conocía ya el tipo de la mujer perseguida, introducido por la Clarisa de Richardson, no se había atrevido, sin embargo, a humillar su pureza hasta el lodo y a mancillarla para que resaltase con mayor intensidad una luz más angustiosa y profunda.

Fantine sustituye el personaje de la doncella por el de la madre, y el abstracto ideal de pureza por las expresiones trágicamente concretas del amor maternal.

No obstante, continúa representando la opresión de la indefensa debilidad femenina por el malvado egoísmo masculino, con lo cual intensifica el tipo pero no lo renueva ni lo salva de un patetismo convencional ni de la rigidez de una fórmula.

Con todo, Fantine había de convertirse, a su vez, en prototipo, del que derivaría, durante toda la segunda mitad del pasado siglo, el personaje de la prostituta que oculta en sí misma el secreto de su redención.

U. Déttore



(Texto copiado del Diccionario Literario [Tomo XI], de González Porto-Bompiani).