Una de las mayores creaciones de la
literatura moderna, convertida pronto en personaje típico.
Sus aventuras en la novela Madame Bovary, de Gustave Flaubert (1821-1880)
—historia de una pobre adúltera provinciana, que a consecuencia del desorden de
su conducta se ve arrastrada al suicidio—, se amplifica y se prolonga hasta
convertirse en la historia del alma humana afanosa en pos de un ideal soñado,
al que la realidad no puede equipararse jamás.
Como Don Quijote, Emma Bovary,
exaltada por las lecturas novelescas, quiere vivir su sueño pero no logra
vencer la cotidiana verdad que la rodea y todos sus intentos de realizar su
ideal se reducen al mero adulterio, con sus consecuencias trágicamente
vulgares.
Su fracaso, no obstante, está
observado y narrado por un alma fraterna, que aun condenando el mal, siente su
belleza. «Madame Bovary soy yo», declaraba en efecto Flaubert. Partiendo de
esta figura, Jules Gaultier pudo crear la teoría del «bovarysmo», o sea la
tendencia y la actitud a concebirse y a concebir las cosas de un modo distinto
de como son en realidad.
Instinto profundo y ley esencial del
progreso, pero que en criaturas carentes de personalidad enérgica y de cultura
puede conducir a la mísera tragedia de Emma.
Con todos los sentidos que llevaba
consigo y con todos cuantos se le han añadido después, la figura de madame
Bovary sigue siendo viva y rebosante de verdad y de dolor.
Es la mujer de su tiempo, todavía romántico:
una pequeña heroína de George Sand, más el encanto del estilo y la oscura y
desolada catástrofe. Pero es también un personaje de todos los tiempos. «Mi
pobre Mme. Bovary sufre y llora en este mismo momento en veinte ciudades de Francia»,
decía el autor, hablando de su magnífica creación; y nosotros pensamos que ya
existe antes que él y que perpetuamente volverá a vivir y a sufrir su ilusión y
su desengaño.
Flaubert no hizo más que revelarla,
haciendo de ella una figuración profunda e inevitable de la femineidad más común.
Y así nos parece volverla a encontrar, luego, en tantas otras mujeres del
teatro y de la novela, en virtud de aquella eterna verdad que por primera vez
se demostró y se manifestó claramente en ella.
(Texto copiado del Diccionario Literario [Tomo XI], de González
Porto-Bompiani).
En cuanto al desencuentro
ResponderEliminarCon la realidad del ser amado...
Pienso que esa es la sospecha
De todo enamorado.